Saturday, August 8, 2020

Léon Dufour: La Guerra De La Independencia Española Vista Por Un Médico Del Ejército De Napoleón (1808-1814)




            Léon Dufour (1780-1865) fue un médico y naturalista con un amplio abanico de intereses, sobre todo dentro del campo del reino animal, donde publicó más de 230 trabajos. Dedicado sobre todo a los artrópodos –insectos principalmente, pero también arácnidos y crustáceos–, hasta se interesó por los nematodos y anélidos. Su contribución científica sobre vegetales –sensu lato– es más modesta: dos trabajos sobre líquenes, uno sobre hongos y tres o cuatro sobre taxonomía de plantas vasculares. Sin embargo, su interés por la botánica venía de lejos, y desde muy joven se había dedicado a colectar plantas y determinarlas y, en sus relatos de las excursiones o de descripciones paisajísticas, a menudo aparecen comentarios florísticos, listados de plantas y algunas descripciones de especies nuevas. Además, casi siempre enviaba duplicados de sus colecciones a los botánicos que pensaba que podían estar interesados, a menudo con la descripción de las novedades. Así, muchas de las especies con su nombre aparecen en los diferentes volúmenes del Prodromus de su amigo Augustin Pyrame de Candolle (1778-1841) o en el Systema vegetabilium de J.J. Roemer (1763-1819) y A. Schultes (1773-1831). Pero la lista de sus corresponsales botánicos es más amplia: R. Desfontaines (1750-1833), E. Acharius (1757-1819), P. de Lapeyrouse (1744-1818), J.L.A. Loiseleur-Deslongchamps (1774-1849) o los hermanos Jussieu.



 


           Según él mismo cuenta, era un hombre metódico y escrupuloso, que siempre había tomado notas sobre los principales acontecimientos de su vida. Con ello, escribió su autobiografía para uso familiar, que llega hasta el año 1862. Sus hijos la completaron y la publicaron en 1888. Los capítulos corresponden cronológicamente a las diversas etapas de su vida: infancia, juventud y primeras excursiones a los Pirineos, estudios de medicina en París, campaña militar en España (1808-1814) y práctica de la medicina y vida privada, además de un par de capítulos dedicados a relatar, a partir de 1818, las excursiones científicas a los Pirineos y los viajes a París. La parte más extensa –y que es la que nos interesa hoy aquí– corresponde a la campaña de España y, aunque en años es corta, está claro que fue una de las etapas de su vida más agitada y que le marcó para siempre, tanto por las relaciones que estableció como por las circunstancias en que transcurrió. Ofrece, además, un fuerte contraste con la tranquila vida de médico y naturalista prominente en una pequeña ciudad de las Landas de unos 5.000 habitantes, su Saint-Sever-sur-Adour natal, que es la vida que llevaría hasta la jubilación y donde lo más arriesgado que haría sería ir de excursión a los Pirineos.



Principales ciudades en las que se estableció y rutas por las que transitó Léon Dufour en el NE ibérico durante el periodo 1808-1814 [muchos de los trayectos los hizo en varias ocasiones, tanto de ida como de vuelta]



            El viaje de España comienza cuando, el 22 de marzo de 1808, se despide de la familia en las Landas y se va hacia España, en lo que, en principio, debe ser un alistamiento de un año para ir a la conquista de Gibraltar. Entra por el puente del Bidasoa en Irún y hará los dos tercios del camino hasta Madrid a pie: Hernani, Vitoria, Miranda, Pancorbo, Briviesca, Burgos, Aranda de Duero, puerto de Somosierra, Buitrago y Madrid, donde llega el 12 de abril. Hay entre 8.000 y 10.000 soldados acampados en Chamartín, pero a él lo alojan en una casa del centro de la ciudad, que será su residencia durante los cuatro meses de estancia en la capital. Herboriza por los alrededores de Madrid con Mariano Lagasca (1776-1839), entonces profesor de botánica en el Jardín Botánico, y se reúne con Hipólito Ruiz (1754-1816) y José Antonio Pavón (1754-1844), que le muestran sus trabajos sobre la Flora peruviana et chilensis. El día 21 de abril se encuentra en casa de Lagasca, cuando un amigo de éste les comunica que Manuel Godoy, el valido del rey que había sido depuesto y encarcelado tras una revuelta popular el 19 de marzo, ha sido liberado por los franceses y trasladado a Francia. Aquí la preocupación de Dufour es total al ver que su colega se transforma en un momento en un energúmeno, insultando en latín y español a Napoleón y Murat y a todos los franceses en general. Pero inmediatamente Lagasca se acuerda de él y le ofrece cobijo en su domicilio si lo necesita y lo acompaña hasta su alojamiento. El 27 de abril Dufour todavía visita la Casa de Campo, el Pardo y los campos de Chamartín, pero ya se ven los primeros muertos en las calles. El 2 de mayo se produce la revuelta popular y al día siguiente los fusilamientos de El Pardo: en dos días más de 1.500 muertos. En poco tiempo Madrid queda desierto, pues los españoles en condiciones de hacerlo han huido hacia el sur, con el fin de organizar la insurrección. En agosto el ejército francés se retira hacia el norte. Se reagrupan en Vitoria y él es asignado al ejército de Aragón, comandado por el mariscal Suchet. A partir de aquí será uno de los encargados de organizar los hospitales de retaguardia de los sitios de Zaragoza, Tortosa, Tarragona, Sagunto y Valencia, aunque también le encomiendan algunas misiones especiales: organizar la incineración de los más de 4.000 cadáveres del asalto final de Tarragona o ir a informar sobre brotes epidémicos en varios destacamentos, como los que lo llevan hasta Ejea de los Caballeros, Mequinenza o Villena. Hará varias travesías arriba y abajo por el valle del Ebro y, por la costa, hasta Valencia; también tendrá un permiso corto para ir a ver a la familia a Saint-Sever, pasando por Jaca. A grandes rasgos, reside unos 4 meses en Madrid, 19 en Tudela, 5 en Mora de Ebro y 18 en Valencia y algunas poblaciones cercanas. Desde aquí, a finales de junio de 1813, comienzan una retirada gradual hasta Barcelona, donde llegan a primeros de septiembre y permanecerán allí hasta finales de año. A finales de febrero de 1814 ya está en Francia, la abdicación de Napoleón le sorprende en Narbona y a finales de abril ya está en Montpellier. Y desde allí, a casa, donde llega con todo su botín de guerra: algunos paquetes de plantas, cajas de insectos y los preciados manuscritos del diario.



  


Campanula fastigiata Dufour ex Schultes, que Léon Dufour descubrió cerca de Samper de Calanda, en el Bajo Aragón (Joan Pedrol)

          El estilo del texto es plano y descriptivo, conciso, y en cuanto a la temática, se pueden diferenciar dos partes. En la primera, que acaba cuando deja Madrid, nos cuenta cosas sorprendentes sobre España y los españoles, cuando todo le llama la atención. Sólo entrar en el País Vasco se extraña con el carro de bueyes y el arado romano, que describe detalladamente, así como la indumentaria de hombres y mujeres; ya en Castilla explica cómo es el interior de las casas o las características del vino –detestable según él–, pero también da indicaciones sobre el paisaje del valle del Duero, el aspecto de las sabinas o la geografía de Somosierra y, como no podía ser menos, hace una reseña detallada de una corrida de toros en Madrid. En la segunda parte el protagonista principal ya es la guerra, con todas sus consecuencias. Ofrece considerable información sobre movimientos de tropas, enfrentamientos militares y número de efectivos y bajas, y a menudo comenta aspectos de estrategia militar; por ejemplo, vivió muy de cerca el asedio y caída de Tarragona, donde detalla día a día los principales eventos militares. También describe los efectos de la guerra sobre las ciudades y la gente: los saqueos, la muerte, la destrucción. Pero entretanto siempre hay espacio para dar alguna pincelada sobre el paisaje vegetal, notas sobre plantas interesantes –curiosamente, rara vez habla de insectos– o información sobre su actividad recolectora. Esta no se detuvo nunca, hasta el punto en que fue amonestado algunas veces por exponerse –según los superiores– a peligros innecesarios. Así, en la retirada de Madrid, tiene tiempo para explorar las montañas de Pancorbo; más tarde, alguna vez se aleja solo para colectar, pero más a menudo lo que hace es aprovechar las partidas de caza o incluso las paradas imprevistas de los convoyes para herborizar. También lo hace en el acueducto de Tarragona mientras de produce el asedio de la ciudad, con "vingt mille guerriers destructeurs et un seul botaniste collecteur" o, en Valencia, donde sale a menudo al campo a colectar e incluso organiza una excursión a la cartuja y sierra de Porta Coeli. Desde el punto de vista botánico, es recomendable completar la autobiografía con la lectura de la segunda parte de su artículo sobre el valor histórico y sentimental de un herbario*, publicado en 1860, cuando ya tenía 80 años. Aquí el estilo es más personal, lírico incluso, y hace un repaso de su periplo español a través de los recuerdos que le evocan las plantas del herbario.



            El relato comienza justificando su participación en lo que considera que fue "une guerre aussi injuste que désastreuse", aunque también explica el porqué de la lealtad a sus compatriotas, pero a la vez es comprensivo con los que se les oponen, defendiendo sus casas y ciudades. Pero sobre todo está convencido de la superioridad moral de la ciencia sobre el arte militar y se preocupa enormemente por el destino de sus colegas, independientemente de las ideas políticas y del bando en que hayan luchado. Parece que tuvo que recurrir a todas sus influencias para conseguir sacar de la cárcel a uno de los capitanes del batallón de estudiantes en la defensa de Valencia, Vicente Alfonso Lorente (1758-1813), catedrático de botánica y al que sólo conocía de nombre, con el fin de evitar su deportación a Francia. Ya anteriormente, cuando la caída de Zaragoza, se había interesado por la suerte de Ignacio de Asso (1742-1814), significado en la defensa de la ciudad durante el asedio, y de quien le llegan los rumores que pocos días antes ha podido huir, disfrazado, y ha llegado a Baleares. Por otra parte, mantendrá siempre una relación de amistad con Mariano Lagasca, aunque lo considera un exaltado en política y a pesar de que, a partir de 1808, estuvieron enrolados en dos ejércitos enfrentados; más tarde, en 1823, un amigo de L. Dufour es quien ayudará a Lagasca en Sevilla a embarcar hacia el exilio, aunque no consigue salvar el herbario ni los manuscritos. Y, cuando la retirada del ejército napoleónico, los que lo acompañan hasta Montpellier son los botánicos desterrados, por afrancesados, Francisco Antonio Zea (1766-1822) y José Mariano Mociño (1757-1820), éste con los manuscritos y las láminas de la expedición a la Nueva España, que dejaría en préstamo a A.P. de Candolle.



            Dufour retornó posteriormente, por lo menos, dos veces a España, en 1852 en visita familiar al santuario de Loyola y en 1854 en misión entomológica en Madrid, comisionado por la Academia de Ciencias francesa, ocasión en que se alojó en la casa de Mariano de la Paz Graells (1809-1898). DufoureomycesCiferri y Tomaselli, de 1953, es un género de líquenes que le honra y recuerda. Aunque contemporáneos suyos –E. Acharius, J.-B. Bory de St.-Vincent, K.S. Kunth o Ch. Grenier– utilizaron el epónimo Dufoureapara varios grupos de plantas y líquenes, ninguno de ellos está aceptado actualmente.





Léon Dufour (1888). Ma campagne médico-militaire à la guerre d'Espagne (1808-1814). p. 97-236. In: L. Dufour. A travers un siècle, 1780-1865. Souvenirs d'un savant français. Poitiers. 348 p. [Disponible en Gallica]



*Léon Dufour (1860). De la valeur historique et sentimentale d'un herbier. Deuxième partie. Souvenirs d'Espagne. Bulletin de la Société Botanique de France 7: 103-109; 146-151, 169-173. [Disponible en Biodiversity Heritage Library]


More articles


La Leyenda Del "Banquete De Las Castañas", La Mayor Orgía Vaticana

En el galimatías que representaba Italia en el Renacimiento, una familia de origen español fue una de las grandes protagonistas: los Borgia. Si bien no eran mejores ni peores que otras familias...

[[ This is a content summary only. Visit my website for full links, other content, and more! ]]More information

EL VALOR FACIAL EN LA MONEDA CHINA

¿Las primeras monedas con valor facial?
En Europa, no en el mundo (follis de Justino II, s. VI)
Durante este tiempo de obligado confinamiento tenemos afortunadamente más tiempo para reflexionar. En casos como el mío puedo darle alguna vuelta a artículos anteriores, como el último en el que tuve ocasión de describir una de las mayores novedades aportadas por la moneda bizantina, que no fue otra que incluir el valor facial del circulante de cobre en el reverso, utilizando diferentes letras. A ojos occidentales esto puede parecer un avance, un paso más en la evolución numismática que mucho tiempo después se generalizaría en los sistemas monetarios europeos. Para los habitantes del mundo chino, sin embargo, esto no habría supuesto ninguna novedad dado que el estado de Qi al noroeste ya lo había puesto en práctica mucho antes en sus monedas. 


La numismática china posee una notable coincidencia con la europea: su fecha de origen. Las primeras monedas-azada chinas surgen más o menos al mismo tiempo que las estáteras de Lydia en Asia Menor, alrededor de los siglos VII-VI a.C. No obstante, las coincidencias no van mucho más allá. Las primeras monedas chinas, con sus curiosas formas de azadas, cuchillos o cauríes, imitaban objetos seguramente utilizados como forma de pago mucho tiempo atrás. Además, y esto es especialmente relevante, se trataba de un circulante casi exclusivamente basado en el cobre, lo que le dotaría durante siglos de un carácter marcadamente fiduciario. Al no tener un alto valor intrínseco, el valor de las monedas en el mundo chino será exclusivamente aquél que le confieran las autoridades emisoras, sin importar su peso o contenido metálico. 

El momento en el que surge la moneda en China, entendida ésta como una pieza metálica emitida y validada por una autoridad, destinada a facilitar el pago de bienes y servicios y circular en un determinado ámbito geográfico, se produce durante la transición entre los periodos conocidos como "Primaveras y Otoños" (771 a.C. – 479 a.C.) y  "Reinos Combatientes" (479 a.C. – 221 a.C.). Este medio milenio se caracteriza por una progresiva decadencia y disolución del poder de la dinastía Zhou, de carácter marcadamente feudal y descentralizado, en el que el emperador es propietario nominal de todas las tierras debiéndole lealtad una nobleza que ejerce su propio poder de forma efectiva sobre sus territorios y áreas de influencia. Al mismo tiempo y como consecuencia de lo anterior, el mundo chino clásico presencia el ascenso de una serie de reinos que se enfrentarán entre sí de forma constante en un complejo juego de alianzas y contrapesos con el fin de afirmar su supremacía sobre los demás. Pese a que puede parecer que fue un periodo convulso, se produjeron en estos reinos y estados notables avances en cuanto a procesos de urbanización y desarrollo del comercio, factores decisivos que explican en gran medida la necesidad de contar con un instrumento como la moneda. 

Los "Reinos Combatientes" (Cast Chinese Coins, D. Hartill)
Este surgimiento de la moneda en Asia oriental no fue ni mucho menos uniforme. Si echamos un vistazo al mapa de la derecha, las monedas-azada dominaron los reinos de la llanura central (Zhou, Lu, Song o Wei) mientras que las monedas-cuchillo se impusieron en los estados del norte, muy notablemente en Yan y Qi. Este último, situado en lo que hoy es hoy la provincia de Shandong, logró un avanzado nivel de desarrollo gracias al comercio de la sal, el pescado, las sedas y los metales, así como a su dominio de la metalurgia del hierro. 

Si bien las evidencias arqueológicas demuestran que las monedas-azada (bu 布) encontraron gran aceptación en lugares más allá de la llanura central, no ocurrió lo mismo con las monedas-cuchillo (dao 刀), cuya circulación fue más limitada geográficamente. Las primeras monedas-cuchillo de los reinos de Qi y Yan de los siglos IV-III a.C. medían alrededor de 15-16 cm y pesaban aproximadamente 14 g. Presentaban un filo curvo terminado en punta, con un mango decorado con surcos y rematado por un anillo. Las inscripciones que las diferenciaban de los cuchillos corrientes eran por lo general menos variadas que las de sus contemporáneas bu del sur, dominado por numerales, signos cíclicos y distintos bienes como cordero o pescado. Se componían mayoritariamente de cobre, pero en menor proporción que las monedas-azada, alrededor de 60-70 %, con una mayor cantidad de plomo. 

Las monedas-cuchillo emitidas por el reino de Qi merecen un lugar especial en la historia del dinero chino ya que formaban parte de un sistema monetario que podría calificarse como "nacional", en palabras de François Thierry (Les Monnaies de la Chine Ancienne, 2017). El sistema monetario de Qi era totalmente fiduciario y centralizado, con unas unidades monetarias que expresaban valores faciales independientemente de sus dimensiones, peso o contenido metálico. Sus dao principales, de alrededor de 18 cm y un peso de 45-50 g. expresaban en el reverso  un valor de 30 yi, siendo el yi una medida equivalente a una doble ligadura de cauries. Complementando estas monedas de mayor valor, se emitieron monedas redondas con agujero central de 6, 4 y 1 yi, sin que exista ninguna correlación entre su valor facial y sus pesos y tamaños. Los anversos de los dao, por su parte, contenían, además de alusiones a su lugar de emisión, los caracteres fa hua (法化), que pueden traducirse como "moneda legal". 


Monedas de 4 y 6 hua de Qi (Les Monnaies de la Chine Ancienne, F. Thierry)
s. III a.C. El numeral es el carácter de la izquierda, hua el de la derecha

Tal y como señala Thierry, las piezas redondas de un yi pesaban alrededor de 2,5 g, las de 4 yi de 5 a 6 g. las de 6 yi, de 6 a 9 g. Los grandes cuchillos de 30 yi podían pesar entre 45 y 50 g. Por tanto, no solo no existía uniformidad en el peso de las monedas, sino que tampoco podía encontrarse una correlación  entre sus pesos y valores faciales. Un sistema fiduciario en toda regla, en el que los valores faciales venían expresados con numerales chinos, tal y como podemos apreciar en la imagen: 1, 4  y 6 六. 

La inclusión del valor facial con numerales será una constante en la emisión de moneda en el lejano oriente. El emperador Wang Mang, a principios del siglo I d.C. lo llevó a la práctica con su controvertida reforma monetaria y durante el siglo III distintos reinos surgidos tras la caída de la dinastía Han repetirán esta medida, en un contexto de clara decadencia monetaria. Aún así, tuvo lugar cientos de años antes de que los enormes bronces bizantinos mostraran su valor facial. Poco podía sospechar el emperador Anastasio que esta idea ya se les había ocurrido a los habitantes de un mundo del que prácticamente no había oído hablar.   





Les Monnaies de la Chine Ancienne, F. Thierry, Les Belles Lettres, Paris 2017



Cast Chinese Coins, A Historical Catalogue, D. Hartill, Trafford 2005

Early World Coins & Early Weight Standards, by Robert Tye, published by Early World Coins, York 2009

Ceinos, P. "Historia Breve de China", Sílex Ediciones S.L. Madrid, 2006



Related news